En estos tiempos cualquier texto es publicitario. Propaganda. Si tuviésemos que escribir sobre artistas consagrados, nuestro tono sería grave y neutro, como el de un agente comercial de superventas. Pero tenemos que tratar sobre creadores que para la mayor parte del público son una novedad.

Así pues, nuestro discurso tiene que cargarse de un optimismo visceral, propio del que tiene que presentar un producto nuevo y revolucionario en un canal de venta que nunca anteriormente ha tenido en sus escaparates este tipo de mercancía. Un producto capaz hasta de sanar a ese toro herido, descriptivo icono de un sistema artístico como el español, que necesita una regeneración para afrontar el siglo XXI con una perspectiva mucho más amplia y abierta de la que hasta ahora ha hecho gala.

La muestra que presentamos bajo el título «Gráfika. 30 Artistas de la España joven» engloba a un grupo de creadores nacidos en los años setenta y ochenta, que provienen de diferentes disciplinas como el grafiti, la pintura, el muralismo o la ilustración, y que han sufrido la impermeabilidad de ese sistema establecido del arte. Contra ello, su reacción ha sido: «Hazlo tú mismo». Y este grito histórico vigente desde finales de los años setenta sigue siendo su himno común.

Algunos de ellos son autodidactas, pero la mayoría no. Es una generación que ha podido seguir estudios muy superiores, al contrario que sus admirados pioneros americanos. Pero sus trayectorias son una prueba más de que algo no funciona bien en nuestro sistema académico. Generalmente, los estudiantes no son tratados como creadores «libres» para hacer su propia obra hasta su graduación. Tras ella, es cuando los recién nombrados «artistas» comienzan a recorrer galerías con su dosier bajo el brazo o esperan a ser descubiertos en la exposición colectiva anual de su ayuntamiento, diputación o comunidad autónoma, persiguiendo el sueño encantador de ver a sus excompañeros de promoción salivar ante sus cuadros en los muros prefabricados de un stand de ARCO.

Sin embargo, desde mucho antes de comenzar sus estudios superiores, nuestros artistas de la España joven (y algunos otros, porque hay más, que no han podido estar en esta convocatoria), exhiben su arte en la más concurrida y pública galería: la calle. Los soportes para la creación no tienen límites. Entienden que la ciudad es el mejor medio para difundir el mensaje, a pesar de sufrir el menosprecio de algunos y las denuncias por vandalismo de otros.

También usan Internet (otro canal en abierto) y, desde estos dos escenarios, y tras captar la atención de público, medios, coleccionistas y hasta multinacionales que les proponen colaborar o diseñar productos, han saltado a espacios artísticos institucionales y galerías privadas nacionales e internacionales.

Este salto ha coincidido con el despegue de la escena global del street art o urban art. El fenómeno más excitante desde el after-punk. El mercado necesita renovarse y ha depositado la esperanza en ese lenguaje fresco y original.

Su discurso es honesto, porque es una generación que no distingue entre arte y vida, y también real y auténtico, porque la lectura que ofrece del mundo actual está realizada a pie de calle. Y dado que estamos iniciando un capítulo dramático, necesitamos algo de confianza y saber que el futuro de nuestra creación plástica es imparable y que la pintura no ha muerto.

Para finalizar, y una vez tratado el producto, me gustaría agradecer al Instituto Cervantes, propietario del canal de difusión en el exterior, la certificación de calidad que necesitábamos para esta propuesta.

Solo el tiempo nos dirá si hemos fallado en nuestra apuesta. Hoy estamos convencidos de que lo que ofrecemos es lo mejor del arte actual que se produce en nuestro país y una apuesta para el futuro.